Crítica: Blade Runner 2049

Desde que se estrenó, Blade Runner (Ridley Scott, 1982) se ha convertido en una de mis películas favoritas. Confieso que la he visto más de 70 veces, 16 de ellas (las tengo contadas, sí) en el cine. Eso no quiere decir que la considere una obra maestra porque no lo es, Blade Runner es francamente mejorable en muchos aspectos, sobre todo en el ritmo y en algunos aspectos de la producción, de edición y continuidad. No soy el único que opina lo mismo, de lo contrario no habría siete (sí, siete) versiones diferentes de la película. De hecho, cuando la película se estrenó, fue un auténtico fracaso comercial y de crítica. ¿Qué tiene, pues, Blade Runner que ha conseguido trascender a lo largo de tres décadas y no caer en el pozo del olvido en el que se sumieron tantas otras películas similares, que tiene una legión de fanáticos seguidores y que ha conseguido que se haga una secuela treinta y cinco años después de su estreno? La respuesta es obvia: se ha convertido en una película de culto.

Cuando hablamos de culto estamos saliendo del terreno cinematográfico y entramos en terrenos más pantanosos, en el terreno de la espiritualidad, de la ética, la moral, lo ritual. Eso es Blade Runner, una película que trasciende lo meramente artístico para entrar en el terreno de lo filosófico, casi de lo religioso. La dualidad formada por sus protagonistas Rick Deckard (Harrison Ford) y Roy Batty (Rutger Hauer), debidamente apuntalada por la enigmática presencia de Rachael (Sean Young), conforman un relato sobre la identidad, la memoria, el yo y la propia naturaleza de lo que nos hace humanos, sobre si la vida artificial es también vida y, por encima de todo, sobre el derecho ético de poder destruir nuestra propia obra.

A la trascendencia del mensaje que desprende el film hay que añadir la evidente maestría técnica en tres aspectos que hacen que el resultado final hayan alimentado el mito: el diseño de Syd Mead contribuyó a crear un mundo plausible, lleno de gadgets, vehículos y decorados que hicieron creíble la historia y que marcaron decididamente la producción artística; Peter Pennell diseñó un mapa sonoro perfecto que creó una atmósfera de realidad en la que se sumerge el espectador de forma irremediable, reforzado por la banda sonora de Vangelis, posiblemente el mejor ejemplo de la historia del cine en el que un compositor mejora de forma ostensible una película hasta convertirla en algo muy superior a lo que en realidad es; la guinda del pastel la ponen los efectos visuales creados por Dougals Trumbull, uno de los responsables de los efectos de 2001: odisea del espacio (Stanley Kubrick, 1968) y a su vez director de otra película de culto: Naves silenciosas (Douglas Trumbull, 1972). Sin estos tres elementos, especialmente la banda sonora de Vangelis, con toda seguridad hoy no estaríamos hablando de Blade Runner.

Y ahora nos enfrentamos a su continuación, Blade Runner 2049 (Denis Villeneuve, 2017), una película que tiene ante sí el imposible reto de estar a la altura de su predecesora manteniendo el tono y el interés en la historia. Antes de nada tengo que hacer una afirmación categórica: cinematográficamente hablando, Blade Runner 2049 es superior a la original: La dirección es firme a pesar de lo lento de su ritmo narrativo, las interpretaciones muy bien medidas, la fotografía y el diseño de producción de lo mejor que he visto en años, el guión es sólido y aporta una historia tan o más interesante que la original, pero… no es Blade Runner. Vayamos por partes.

¿Qué ha pasado entre 2019 y 2049?

El arco narrativo entre ambos films supone un salto de treinta años en los que en el mundo creado a partir de los personajes de Philip K. Dick han pasado hechos que condicionan la historia de la nueva película. La productora, Alcon Entertainment, ha realizado tres cortometrajes para explicar los elementos más importantes de esa línea argumental .

Tras la muerte en 2019 de Eldon Tyrrell, creador de los replicantes Nexus 6, la empresa siguió fabricando nuevos modelos. Los Nexus 8, no tienen fecha de caducidad, envejecen y mueren como cualquier organismo vivo.  En 2022 se produce una pulsión atómica de origen desconocido (atribuida a los replicantes) que destruye prácticamente todos los registros digitales y acaba con el sistema financiero. El resultado es un retroceso tecnológico y la prohibición expresa de crear vida artificial. Los replicantes ya no están en un registro de datos, campan a sus anchas por el planeta Tierra y sólo se les puede distinguir por un número de serie en la parte inferior de su globo ocular derecho. Parte de estos hechos no se explican en la película, pero puedes verlo en este cortometraje: Blade Runner: Black Out 2022 (Shinichiro Watanabe, 2017).

En 2024 todos los Nexus 6 han llegado al final de su vida útil, han ido muriendo al cumplirse sus cuatro años de vida. En cambio, los Nexus 8 no tienen límite de vida útil. En 2028 Niander Wallace (Jared Leto) es el nuevo propietario de Tyrrell Corporation que, reconvertida en Wallace Corporation, es la nueva proveedora de vida artificial. Wallace empieza a trabajar en la fabricación del replicante perfecto, aquél que sea capaz de substituir de forma completa al ser humano. En 2036 se levanta la prohibición y Wallace puede volver a poner en el mercado a replicantes y otros productos basados en la vida artificial. En este otro cortometraje, 2036: Nexus Dawn (Luke Scott, 2017), dirigido por el hijo de Ridley Scott, se explica cómo Niander Wallace consiguió convencer a las autoridades para levantar la prohibición de fabricar vida artificial.

A principios de la década de 2040 el LAPD (Departamento de Policía de Los Ángeles) vuelve a poner en marcha su unidad Blade Runner. El objetivo es retirar a los Nexus 8. Es en 2048 cuando un incidente en el mercado de Los Ángeles hace que los ojos se dirijan hacia Sapper Morton (Dave Bautista), un granjero que produce gusanos, la única forma de proteína estable que queda en la Tierra. Este cortometraje, titulado 2048: Nowhere to Run (Luke Scott, 2017) explica esta historia que será importante para el desarrollo del film.

Blade Runner 2049

En el año 2049 los Blade Runner son replicantes diseñados para retirar a otros replicantes y K (Ryan Gosling) es uno de ellos. En el transcurso de una investigación hace un descubrimiento que le llevará a plantearse muchos aspectos sobre su propia existencia. En ese viaje iniciático, K se nos muestra como mucho más que una simple forma artificial de vida. El acierto y también el gran error de guión en Blade Runner 2049 es que aquí la duplicidad entre Deckard y Batty no existe: K asume ese doble papel, lo que fuerza a la narración a buscar unos antagonistas que son más propios de una película de la franquicia de James Bond que no de la de Blade Runner. Por cierto, no hago esta comparación al azar.

Y es que en el nuevo film, el reparto de roles se baraja de nuevo y los elementos clave del primer film quedan repartidos como en uno de los clásicos films de acción protagonizados por el agente secreto de Su Majestad Británica de los que copia hasta la estructura narrativa con un par de salvedades. Por un lado tenemos a K, un Ryan Gosling muy medido en su interpretación, que es ese implacable agente con una misión que cumplir y que sale victorioso de cualquier situación. Su misión le enfrentará al poder de Niander Wallace (impresionante Jared Leto), un industrial loco que vive en un suntuoso decorado de techos infinitos que nos recuerda a las guaridas diseñadas entre los 60 y los 80 por Ken Adam para los villanos de 007. Wallace tiene como secretaria a Luv (Sylvia Hoeks), tan bella como peligrosa, ideal como villana en un film Bond de la vieja escuela. Como en cualquier film de Bond, existe un romance con una bella partenaire, en este caso Joi (Ana de Armas) y por persona interpuesta, Mariette (Mackenzie Davis), quienes protagonizan una de las más bellas y poéticas escenas de triángulo amoroso jamás filmadas. Estructuralmente hablando, desde el principio al fin, Blade Runner 2049 responde al cliché habitual de cualquiera de los film Bond anteriores a Daniel Craig. ¡Si hasta Robin Wright cumple a la perfección en un trasunto del rol de «M«! Lo único que le falta es un final con explosión de la guarida del malvado y la típica escena con «Q» y sus gadgets.

Ahora que ya asumimos que la estructura narrativa y el reparto de roles en el guión no tienen nada que ver con el original, sí que quiero destacar que la carga filosófica es tan intensa o quizás superior que en la original. Aquí no sólo nos planteamos los límites de lo que es humano o no, de si la vida artificial puede desarrollar los mismos sentimientos e inquietudes que la natural, sino que se añaden más elementos que quedan perfilados a la espera, me temo, de una tercera o más partes. Y es que en esta historia no quedan cerrados todos los hilos argumentales, al contrario, se crean tres hilos más, que no voy a desvelar porque sería hacer un spoiler, que quedan lo suficientemente abiertos como para justificar al menos un tercer film. A pesar de ello, Blade Runner 2049 es el ejemplo perfecto de lo que podría haber llegado a ser la sobrevalorada Matrix (Lana & Lilly Wachowski, 1999) y que se quedó a medio camino, una obra cinematográfica casi perfecta con una contundente carga filosófica.

Técnicamente, Blade Runner 2049 es asombrosa. Los efectos digitales crean una atmósfera creíble, la decoración es simplemente magistral, las actuaciones ajustadas al tono del film, el sonido y la banda sonora ayudan a completar la creación de ese mundo que realza una excelente dirección de fotografía que juega en todo momento al claroscuro. Pero estas excelentes aportaciones técnicas no consiguen lo que sí consiguió la original: no hay atmósfera, por más que lo intentan, no logramos sentirnos dentro de ese mundo en el que sí que nos sentíamos viendo Blade Runner. Estamos ante un buen film, incluso ante un film excelente, pero no es un film de culto. En Blade Runner la épica se masca en cada segundo de la cinta; en Blade Runner 2049 no. La fuerza del original es tan grande que, al final de la película, ante un último acto que tendría que ser tan épico como lo fue el original, Villeneuve tiene que recurrir a la banda sonora original de Vangelis para insuflarle algo de vida y eso es un síntoma de que los propios responsables del film tampoco sabían cómo solucionarlo.

En resumen, un film interesante, formalmente muy bien construido, técnicamente impecable, que a poco que tenga un buen rendimiento en las taquillas será el principio de una nueva franquicia donde Ridley Scott pueda sacar tajada, aunque sea a costa de rebajar sus propias obras maestras. Me temo que no sólo veremos más films de Blade Runner, sino que acabarán haciendo algún crossover con Alien. ¿Hacemos apuestas?

3 comentarios

  1. Ahora entiendo por qué cuando te encontramos a la salida del cine el viernes te negaste a comentarnos tus impresiones. Hubiéramos necesitado a Ana de Armas como moderadora. «Ahora que ya asumimos que la estructura narrativa y el reparto de roles en el guión no tienen nada que ver con el original, sí que quiero destacar que la carga filosófica es tan intensa o quizás superior que en la original.

  2. La» CUP» de San Diego quiere nombrar a Villeneuve «persona non Grata».Por cierto cuanto habrá pagao Peugeot por sponsorizar el supercoche,y que pinta Atari y Panam en el 2049?.

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